Cada edad tiene su fragancia

El aroma a bebé fortalece el lazo parental
Durante la infancia, la piel emite un olor suave, dado su microbioma aún simple.
Los padres reconocen y prefieren el aroma de su propio bebé frente a otros niños.
Estos olores activan redes cerebrales de placer y reducen el estrés emocional.
Madres con problemas posparto no desarrollan esta conexión olfativa con sus hijos.
Desde la evolución, disfrutar el aroma propio permite cuidar mejor a la descendencia.

El cambio del olor en la adolescencia
Con la adolescencia, el olor corporal cambia por la activación de glándulas apocrinas.
Estas glándulas, asociadas al vello, segregan lípidos que las bacterias degradan.
La interacción aire-bacterias genera ácidos responsables del característico olor adolescente.
Otras moléculas del sudor juvenil aportan aromas de almizcle, sándalo o grasa rancia.
Padres suelen perder la habilidad de reconocer a sus hijos adolescentes por su aroma.
Este «rechazo» olfativo podría ser una estrategia natural contra el riesgo de incesto.

La nariz social
En la adultez, el olor corporal persiste, influido por hormonas, dieta y microbioma.
Darwin subestimó el olfato, que aporta información vital en ausencia de vista o sonido.
El olfato social revela parentesco, edad, sexo, salud y emociones en otras personas.
Como en los animales, este sentido guía la elección de pareja y el reconocimiento familiar.

El aroma en la vejez
En la vejez, la piel pierde colágeno, y las glándulas sudoríparas reducen su actividad.
Esto dificulta regular el calor y disminuye antioxidantes como la vitamina E o escualeno.
Menos antioxidantes provocan oxidaciones que generan el llamado “olor a persona mayor”.
En Japón, este aroma tiene un nombre: kareishu, símbolo del paso del tiempo.

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